domingo, 7 de agosto de 2011

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La obra de Raúl Íñigo aún está por acabar, así que éste es mi quinto relato corto: Hermano Atlas


Pesa mucho. Me cuesta sostenerla. ¿Cómo se ha hecho tan grande esta carga? ¿O tal vez soy yo el que se ha debilitado? Es hora de hacer memoria; ¿cuándo comenzé a doblegarme ante ella?

Al principio era diminuta, ínfima, casi imperceptible. Cambió un poco en el momento en el que comencé a relacionarme con el mundo que me rodeaba. Una vez conocía a una persona y creábamos un vínculo, notaba cómo aumentaba de tamaño la losa a mi espalda. Tomo momento compartido con esa persona creaba recuerdos, agrandando ese vínculo. A lo largo de mi vida he tenido que tomar muchas decisiones; salieran bien o mal, pesaban igualmente. Cada vez me resultaba más difícil sostener esa carga sobre mí. Cuando creí que había llegado al límite, hechos repentinos me golpearon como si de un martillo hidráulico se tratase. Los vínculos con las personas a mi alrededor se habían vuelvo frágiles. Traiciones, pasiones incontroladas, mentiras, todos esos factores los habían vuelvo así de quebradizos. No parecían ser reparables y eso era lo peor de todo. Todo esto se sumó al peso ya existente; era insoportable. Me quedé aislado, sólo, recluido en mi mismo. Pensé que de esta forma esta piedra disminuiría el peso de mi piedra, pero el resultado fue todo lo contrario al esperado. El límite había sido destrozado. El instante en el que el peso de la losa supera a la fuerza de nuestra determinación; entonces es cuando nos doblegamos ante las adversidades. Ninguna vida puede ser aplastada por ella, pero sí nuestra mente. Un humano cuya mente haya sido destruida, no es diferenciable de una bestia salvaje.

Al igual que el gigante Atlas, condenado a sostener el mundo sobre sus hombros hasta el fin de los tiempos, nosotros aguantamos esta carga hasta el final de nuestros días. Nadie más puede ayudarnos con ella; cada uno poseemos una propia. Cada nueva responsabilidad, vivencia, persona, recuerdo es una añadidura a esta amalgama. El resultado de nuestras acciones, a veces considerado eludible, nunca lo es. La consecuencia, esa es la verdadera piedra que llevamos a la espalda.

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