lunes, 18 de julio de 2011

Otra más

A la espera de la historia de mi colaborador (Raúl Íñigo), sugo publicando mi propio material. Aquí les dejo la cuarta historia: Último asalto

 Cae el manto de oscuridad de la noche. Comienza el espectáculo. Las estrellas del firmamento serán los focos que iluminarán a nuestros protagonistas con su fría y lejana luz. Los nocturnos grillos entornarán su canto como réquiem de nuestros héroes. La Luna, espectador silencioso y callado, único testigo de esta titánica batalla. En mitad de la pradera, con su abundante vegetación herbácea mecida por brisas oportunas, se encuentran dos guerreros enfrentados. No les importa su rostro, arma o identidad. La tenue luz del solitario observador únicamente deja ver los ojos de los combatientes. En los ojos de uno de los dos se refleja la maldad, el odio, la ira, el ansia de destrucción; en los del otro, la bondad, la amabilidad, el alma del pacifista. Nadie recuerda ya el motivo incial de esta contienda, ni se conocerá el final de la misma. Bajo los fríos ojos del ser que odia por naturaleza se puede ver un revólver, al igual que su rival de ojos inocentes. Cada momento de compasión es una bala en el arma del guerrero de la cálida mirada; cada pensamiento maligno es munición para el de la gélida vista. En el momento del ataque, los proyectiles chocan entre sí sin alcanzar cuerpo alguno. Así transcurre esta batalla eternamente. El bien y el mal dentro de cada humano; las dos caras de la moneda. No siempre los guerreros están en equilibrio, pero nunca uno de ellos puede morir. El momento en el que se agotan las balas, los enemigos caen al suelo, sale el sol de la mañana; eso es la llamada muerte.


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